La sonrisa del titán

Monica Cruz Rosas
5 min readApr 4, 2022

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Fuente de la imagen: https://bit.ly/3Dxg2tD

“Furor y celos inmensos me hicieron golpearla, meterla al agua, estrangularla, ahogarla, buscando siempre para mí la mirada que no era mía.” — Inés Arredondo (Mariana).

Puedo escuchar a esos abogados del diablo cuestionar mi decisión de treparme al metro en hora pico y en mini falda. Eran alrededor de las seis de la tarde. No recuerdo la fecha, pero el año era 2014, el año que descubrí la serie Attack on Titan (AOT).

Un triángulo de espaldas mantenía mi equilibrio a bordo del vagón sobresaturado. Habíamos pasado el umbral de la estación Tacubaya donde convergen tres líneas del metro y se encuentran o más bien chocan todos sus tumultos. Los roces son inevitables, pero los que yo comencé a sentir no eran accidentales. Una mano toqueteaba mis nalgas, cada vez con más intensidad, otra intentaba alcanzar mi entrepierna. Sobra decir que las espaldas que me apretujaban impedían un escape, pero lo aclaro por si alguien pregunta por qué no me alejé de la situación. “¡Ya basta!”, grité. “¡Ya, por favor!”. Qué bien me educaron para ser amable hasta con mi acosador.

Las manos siguieron tocando. La gente a mi alrededor no reaccionó a mis súplicas. La espera a la apertura de las puertas del vagón fue agonizante. Me escurrí entre la gente y salí corriendo. Estaba a dos estaciones de mi destino. Decidí caminar.

“Sentí el miedo de enfrentarme a una persona con la que no podía comunicarme”, dijo Hajime Isayama, autor de AOT, en referencia a una agresión que sufrió cuando trabajaba en un café internet. Un tipo lo tomó por el cuello de la camisa. Ese momento lo inspiró a crear a los titanes: gigantes antropófagos con los que definitivamente no se puede negociar.

Solo las personas que han visto AOT han experimentado esa primera punzada de angustia cuando los humanos de Shiganshina observan a los titanes avanzar hacia ellos. Los rostros, aunque humanoides, son terroríficos. Es tal vez esa ambigüedad lo que los hace tan perturbadores. Recuerdo que cuando comencé a ver la serie, observaba a la gente en el metrobús para detectar rostros titanescos: ojos muertos, facciones exageradas, dientes intimidantes. De vez en cuando también le sonreía al espejo del baño con los ojos pelados para visualizar mi propia versión de titán.

Porque los peores son los que sonríen.

Muchos monstruos y villanos sonríen. La sonrisa macabra es la marca del villano por excelencia. Es la muestra del placer que sienten al tener el control de la situación, causar dolor, cumplir su cometido. Pero la sonrisa del titán es distinta, es involuntaria e inamovible. Es precisamente la señal de una inhabilidad de reacción, de raciocinio, de comunicación. Los humanos pueden gritar, suplicar, llorar, pero los titanes llevarán nuestros diminutos y frágiles cuerpos directo a su boca. Y luego los partirán en dos con una mordida.

La muerte causada por devoración es uno de los miedos más antiguos del mundo. El sustento o la nutrición suele ser el móvil común de la antropofagia, un instinto animal necesario en el cruel ciclo de la naturaleza. Otros monstruos, como los titanes, son más complejos. Un profesor le dice a los protagonistas de la serie: “Ellos no comen para sobrevivir sino para aniquilar a la raza humana.” En realidad esa tampoco es la causa. El motivo de su hambre se revela hasta la tercera temporada de la serie. Lo que les puedo decir sin recurrir al spoiler es que esa característica es lo que tenemos en común con aquellos gigantes depredadores.

No quiero decir que la gente es caníbal en el sentido literal, a menos que nos refiramos a Hannibal Lecter o Armie Hammer. Pero de alguna u otra forma, en algún momento de nuestras vidas nos hemos alimentado de la gente que nos rodea porque hay algo en su esencia que queremos para nosotres. Las relaciones tóxicas están compuestas por alguien que absorbe y alguien que es absorbido. Los procesos de colonización no son más que el consumo voraz de los espíritus y cuerpos de las personas que el colonizador utiliza para edificar sus imperios. La violación no es más que el impulso de una persona destructiva y/o destruida de arrebatarle la dignidad a otra mientras se le despoja del poder sobre su propio cuerpo.

El sexo consensuado también puede transformarse en un intento de consumir algo que nos hace falta o creemos que nos hace falta, casi siempre un deseo por la femineidad o la masculinidad de la otra persona, sin importar su identidad de género. Tal vez en otros casos lo que añoramos es su inocencia o su sabiduría, su juventud o su madurez, su bondad o su malicia, y creemos ingenuamente que la obtendremos aferrándonos a su piel o insertándose en su cuerpo. Como bien lo plantea Beastars, otra serie de anime, en la que un lobo se enamora de una coneja: la línea entre el deseo de coger y el deseo de devorar es extremadamente borrosa.

El origen de los titanes y su conexión con la humanidad es el misterio que se desenvuelve a lo largo de AOT. Los personajes descubren, como nosotros, que todo aquello que consideran monstruoso o amenazante se convierte en algo familiar y paralelo cuando se comienza a descifrar su naturaleza y la propia a la vez.

Probablemente yo nunca acosaré a nadie en el metro (o en ningún otro lugar) o agrediré a alguien sujetándolo por el cuello de la camisa, pero mi vida y posición social repleta de privilegios económicos y sociales me hacen indudablemente una suerte de titán en los contextos de miles, millones de vidas ajenas.

Cada uno de mis pasos le arrebata a otra persona recursos, espacio, dinero o dignidad, ni siquiera por una cuestión de supervivencia, sino de hábito o incluso de arrogancia. Los titanes también aniquilan a los humanos con sus pisadas o con los escombros de los edificios que se derrumban a su paso. No conforme con eso, me apropio de otras culturas, expresiones, modos de vida, ya sea porque no tengo identidad propia o me avergüenza la que está diseñada para mi grupo sociodemográfico.

Mi trabajo también es una forma de consumo cruel, inclemente. Los hipócritas que dicen que los cínicos no sirven para el oficio son los mismos que han construido un sistema podrido, machista, racista y capitalista que se alimenta del dolor, la miseria, la injusticia, la desigualdad, la tragedia o la muerte. ¿A cambio de qué? De un salario (casi siempre mal pagado) y el reconocimiento, llámese fama, premios, becas, un contrato para un libro, o el simple visto bueno de algún tipo que por alguna razón es el editor en jefe. Existen excepciones a esta triste realidad, pero son pocas.

Me pregunto en qué otras instancias he sido yo la de la sonrisa horrible. ¿Cuándo he sido yo la devoradora de cuerpos y esencias? ¿Qué sería de mí si dejo de alimentarme? Tal vez nunca lo sepa porque me da miedo intentarlo.

Continuará.

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